Colonia de Sacramento. Foto: Fernando Castiñeiras.

Cuando pasé por Uruguay todavía no había entendido lo que significa que el plan es no tener plan. Corría de un lado a otro, y tal vez por eso me sentí tan cómodo en Montevideo, mezclado entre urbanitas cargando con sus termos y sorbiendo el mate de sus bombillas.

Posiblemente todo comenzó a cambiar cuando puse un pie en Colonia del Sacramento. Ese pequeño pueblo de pescadores me daría una bofetada de paz. Caí rendido bajo su hermoso faro y cerré los ojos, acariciando la hierba con las palmas de las manos. Me quedé dormido en la calle, indefenso pero protegido. Me senté tras los pescadores y comencé a mirar el mundo como ellos observan el mar. Sin prisa.

Si voy solo, es maravillosa la compañía del universo.

Si alguien viene conmigo, alguien que suma, el universo empieza a provocarme contracciones de pasión, casi orgásmicas.

No siempre es fácil recordar esa sensación de gloria. Cuando la olvido, entorno los párpados y me pongo de nuevo tras ese pescador, con la inmensidad del Río de la Plata ante mí.

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Fernando Castiñeiras