
Durante los últimos años me he enfrentado en innumerables ocasiones a una incómoda pregunta:
-¿Cuál es tu país favorito en Sudamérica?
No la describo como «incómoda» porque sea improcedente (nada más lejos de mi intención), sino porque nunca he sido capaz de abarcarla.
-¿Favorito? ¿Para vivir? ¿Para viajar? ¿Para afrontar una experiencia catártica? Define «favorito».
La primera acepción del diccionario de la RAE indica así:
«Estimado y apreciado con preferencia».
Obviando que esta definición me suscita nuevas interrogantes («¿preferencia para qué?»), esta encrucijada sería similar a la de un padre que debe elegir entre sus dos hijos; o la de un colegial que tiene que escoger a uno de sus dos mejores amigos para formar parte de su equipo. No me pidan que elija y permítanme que (será porque soy gallego), contraataque con otra pregunta: «¿Favorito para qué?»

Hace un par de años, un buen amigo me comentó que estaba buscando un destino que le ofreciera la mayor cantidad posible de contrastes en veinte días. La geografía de América tiene en la gigantez y la inaccesibilidad dos de sus características fundamentales: ciudades separadas de la más cercana por cientos de kilómetros, parajes de difícil acceso escondidos entre montañas, paraísos de desagradecida climatología alcanzables solo tras varias jornadas de viaje…
La vasta Argentina no era una solución, a no ser que quisiera subirse a un avión cada tres días. La longitud de Chile prácticamente no cabe en un mapa detallado, así que mucho menos en mi respuesta. Cada desplazamiento en la escarpada Bolivia es una incógnita en sí mismo. En Perú dudé. «Perú tiene de todo», pensé. Sin embargo, me faltó tiempo para organizar solo la peregrinación a Machu Picchu. ¿Colombia? «Si pisas las playas del norte no saldrás de allí… Si hueles Cali, tu cuerpo dará un pasito hacia adelante y otro hacia atrás, como si estuvieras bailando salsa». Olvídate.

Aunque muchas de estas «excusas» valdrían también para la que finalmente fue mi elegida, tras unos días de reflexión lo tuve claro: «¡Vete a Ecuador!»
Sin intención de definirlo como país pequeño, sus 256.000 kilómetros cuadrados contrastan con los, por ejemplo, 1.285.000 de Perú o los 2.780.000 de Argentina. En Ecuador se percibe aroma a Caribe; y también se puede acariciar las nubes desde los picos andinos. Antes me refería a las playas colombianas. Poco tienen que envidiar los 640 kilómetros de costa ecuatoriana, configurados casi en su mayoría por vírgenes balnearios de aguas cristalinas y fina arena. A la orilla del océano Pacífico, el viajero puede encontrarse con poblaciones dedicadas al festivo turismo de mochileros pero también con tranquilas poblaciones sin apenas visitantes, así como parques naturales como Machalilla.

Montaña, playa, ciudades de arquitectura colonial… Pero también selva. La Amazonia se extiende por 120.000 kilómetros cuadrados en territorio ecuatoriano (¡casi la mitad del país!), entre los Andes y las fronteras con Perú y Colombia. En sus numerosos parques nacionales, podemos encontrarnos con 8.000 especies diversas de plantas medicinales, 80 especies de mamíferos en peligro de extinción y con el 70% de las 25.000 especies de plantas vasculares que existen en la Tierra. Por si esto fuera poco, los precios son bastante más accesibles que en otros países amazónicos y la afluencia de turistas mucho menor.

-Ecuador es tu destino -le dije.
Naturalmente, me preguntó el porqué. Esto me obligó a ser práctico. Busqué concreción. Y lo hice en forma de itinerario.
-Pongamos que vuelas a Quito. Tras visitar la ciudad, sin olvidarte de pasar por el monumento de la Mitad del Mundo (por algo «Ecuador» se llama así), tomas un autobús en dirección norte, hasta Otavalo. Allí te encontrarás con el mayor mercado indígena del continente. ¡Las artesanías son excepcionales! Si no lo tienen, te lo fabrican en el momento. Tras pasar la noche en el pueblo, tomas otro vehículo para Manta, en la región costera. Son 488 kilómetros, así que si logras un transporte nocturno, te ahorras la noche de albergue.
Una vez en la costa, vas bajando a tu ritmo. Lento. Haz autostop. Súbete a los autobuses más destartalados que encuentres. Una idea sería terminar en Montañita, la meca de los surferos, 141 km. más al sur. Por su importancia turística, aquí encontrarás múltiples comunicaciones para llegar a la otra gran urbe del país: Guayaquil, 166 kilómetros hacia el interior. La Perla del Pacífico es, sin duda, mi lugar en Ecuador. Así que si no te instalas permanentemente en la ecocomunidad de la Isla Santay o te subes a un avión hacia las Islas Galápagos, te recomiendo que tomes rumbo hacia la selva: Baños es la capital de la región, un auténtico «Parque de atracciones naturales». El trayecto desde Guayaquil es de 287 kilómetros y desde allí puedes emprender la aventura a la Amazonia. No me preguntes cuántos días debe durar… Yo me quedaría a vivir allí.
Me dejo el volcán Chimborazo por el camino, pero a estas alturas supongo que tu (poco) tiempo se estará agotando. Nada grave. Te encontrarás a 173 kilómetros de la capital y habrás completado una ruta circular muy variada por las maravillas ecuatorianas.
-Ah, entonces, ¿es tu país favorito en Sudamérica? -preguntó mi amigo.
-«¿Favorito para qué?», respondí entre risas.

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