Yo ya gané
Permítanme que haga una pausa en mis relatos de mochilero. O en realidad, no es ningún paréntesis. No lo es porque de fondo suena la música de la Champions, procedente de alguno de los canales televisivos que desde hace 20 días anuncian el Partido cada dos minutos. No lo es porque esta pasión me ha acompañado en cada uno de los kilómetros recorridos en estos 56 días.
A lo largo de mi vida muchas personas me han preguntado porque soy de este equipo, si no nací en Madrid. Dejando al margen el hecho de que fronteras y banderas son solo creaciones humanas, he de decir que no fui yo quien eligió colores, sino los colores los que me eligieron a mí. Quien me conoce desde pequeño, no olvida probablemente que recibí una fuerte influencia del otro equipo que disputa esta final. Algunos lo verán como un cambio imperdonable de chaqueta, yo lo veo como una elección de vida. Una elección de una filosofía acorde a mi manera de ser. No somos lo que nos dicen que tenemos que ser, sino lo que queremos ser.
Llegado a la Patagonia chilena, parece que será Punta Arenas la ciudad que recordaré como el lugar donde visioné la histórica final del 28.05.2016. Atrás queda un recorrido tejido en base a un deseo: seguir a mi Equipo, independientemente del lugar y del momento.
Llegar a una nueva ciudad, buscar un lugar con televisión, y alargar la reserva hasta el día después del partido. Si bien eso fue sencillo, más lo fue encontrar a estupendas personas con las cuales compartir este sentimiento.
Quizás habrá quien no lo comprenda. Pero la pasión es sentimiento. Y los sentimientos no tienen explicación. Quizás no me entendían a mi llegada pero a mi marcha he dejado corazones atléticos repartidos por Sudamérica.
Personas que hoy se reúnen para ver los juegos de mi equipo. De su equipo. Díganme entonces si este post no forma parte del blog de mi viaje. No forma parte, es la Parte fundamental.
Independientemente de lo que pase el 28, yo ya he ganado.
Gano cada vez que entro en el estadio Vicente Calderón, agarrando de la mano a mi madre, subiendo emocionados las escaleras. Gané abrazando a mi hermana, a escasos metros de un gol de Raúl García que podía valer una liga. Y la valió.
Gano cada vez que recibo un mensaje de un amigo que me recuerda con un triunfo. O con una derrota.
Gané yendo al estadio con mis amigos para ver la copa Intertoto, y reuniéndome años después con los mismos para ver unas semifinales de Champions League en Londres.
Gané cuando un atlético, que conocí durante un breve viaje en tren de Milán a Torino, hizo noche a las puertas de la taquilla, para comprarme una entrada. Y cuando mi prima, madridista de corazón, fue al mismo lugar para adquirir un boleto y enviármelo por correo.
Gané incluso la noche del 24 de mayo de 2014, cuando solo el hombro de mi amigo, compañero de piso, y hermano, soportó mis lágrimas desconsoladas durante unos minutos interminables. Y estaba vestido de blanco.
Pase lo que pase, yo ya gané siendo elegido por estos colores y disfrutando como embajador de un sentimiento.
Pase lo que pase, nunca dejaré de creer.
La vida en un barco
“Quien busca, encuentra”.
Así me dijiste, querida Amiga, para ponerme en movimiento en el peor momento. Hay días más difíciles, donde uno debería estar solo aunque busque gente. Donde no soportas que te toquen aunque desearías ese abrazo. Cuando caes y crees que no te levantarás. Pero sí que lo haces, y además con más fuerza que nunca.
Tras 40 horas navegando entre las miles de islas magallánicas de Chile llegamos a la meta, Tortel, a las puertas del inicio de la Carretera Austral.
Dos días donde el pasillo de un barco fue mi Casa: mi cocina, mi comedor, mi cama, mi salón… Donde no queríamos llegar nunca a la meta pues el viaje era ya nuestro hogar .
Pero luego pasan esas cosas y nadie se baja donde se tiene que bajar. Sucede que llegamos todos al final y no queremos despedirnos. Que pensamos que es el momento de renunciar cada uno un poquito a su idea inicial para continuar juntos. Porque si se quiere, se puede. “Quien busca… ”
Bienvenidos a las Carretera Austral, posiblemente la más bella ruta del Mundo.
La familia de la Carretera Austral
Y pensar que a bordo dijimos: “esto es como un reality. La gente va desembarcando y al final solo puede quedar uno”.
Por fortuna nunca fue así. Suerte que el “reality” más real es la vida misma. Ante todo por las sorpresas con las que te obsequia.
Quién iba a decir que por ofrecerme para hacer una fotografía iba a conocer a dos compañeros de viaje.
Quién iba a decir que gracias a una segunda foto en el mismo lugar, 24 horas más tarde, nuestro grupo de iba a extender.
Nace así el plan más desbaratado y magnífico a la vez: hacer de un auto preparado para una mudanza -dotado de televisión plasma, infinidad de maletas, bolsas de libros y sacos de comida-, la casa de “Los 5 del Crux Australis” con la cual recorrer la Carretera Austral. Fantasmagórica y fantasiosa. Encantadora y aterradora.
Aquí completar 100 kilómetros precisa de media jornada. Pero a ninguno de nosotros le importa eso. No creo que haya sobre la faz de la tierra una aplicación práctica más acertada del aforismo que centra la importancia en el camino y no en la meta.
Un lugar donde hallar otro vehículo es el milagro, y la tónica son los cóndores y los vacas, los glaciares y las cascadas.
Donde cada pueblo dista medio día del sucesivo. Que tanto puede ser una localidad desierta con apariencia de poblado vaquero, como un edén de agua en el que las escaleras son calles y las pasarelas de madera de ciprés plazas.
Uno nace sabiendo que hay cosas que tiene que hacer antes de morir. Otras las vivimos sin saber que existían. Pero tras ellas, no te explicas cómo podías existir sin soñar con ellas.
Pensar que todo nació por una fotografía en un barco… Pensar que esto es solo solo el inicio…
Con ustedes aprendí…
-Que el final (de un gran viaje) puede ser un inicio (de otro aún más grande y apasionante).
-Que todavía no he logrado mi objetivo y tengo que aprender a planear mucho, mucho menos.
-Que “la meta está en el camino” no es un aforismo ni una metáfora. Es la vida misma.
-Que hay personas a las que superas altamente en edad de las que tienes que aprender mucho. Casi todo.
-Que en un auto siempre hay sitio para uno más. Que en un maletero siempre hay hueco para otra bolsa. Solo hay que tener paciencia y ordenar.
-Que la civilización está destruyendo un lugar bellísimo… No solo para los futuros. También para los presentes que no puedan ver lo que yo vi con ustedes.
-Que si no le mandes ná, tienes que mandarle. Cachai? Caché al tiro que no necesito polola para ser feliz si tengo amigos como ustedes 😘 Caxxx!! Y que para carretear tendremos harto tiempo en el futuro. Será bacán! Caleta!
-A jugar a Carioca.
-Que en determinados lugares del mundo los conocimientos adquiridos a lo largo de una vida pueden ser totalmente inútiles.
-Que mis pies son la parte más fría de mi cuerpo.
-Que los tallarines con huevo son un alimento fundamental y muy delicioso. Que el café de maquina es un bien que tendríamos que apreciar más. Y la leche. Y la fruta. Y la verdura. Y…
-El himno de Chile, la división en regiones del país a lo “Juegos del Hambre”, la existencia de una bimodal y, lo más importante: a hacer fuego.
-Los títulos de las canciones de “reggaeton” que ya conocía y sus intérpretes.
-Que una sonrisa calienta más que dos pares de calcetines.
-Que la razón se acaba donde empiezan los sentimientos. O eso ya lo sabía… Pero que los sentimientos a veces pueden menos que los instintos naturales. Eso es nuevo.
Un placer compartir tantos kilómetros en tan poco espacio, Familia Australis. Era el momento de partir. Pero eso no significa que no les eche de menos desde el momento en el cual no fui capaz de girar el cuello para mirarles por última vez…
O no… Porque esto sigue siendo el inicio.
El Fernando.
Reflexiones del kilómetro 10.000
Es contemplar cómo el sol desciende bajo el telón del horizonte como si yo estuviera tirando de la cuerda.
Es cruzarse en la oscura noche con un caballo, cambiarse de acera en la costanera para no chocar con un león marino, oír el picoteo de un pájaro carpintero, ser acompañado por cinco perros de una parte de la ciudad a la otra, ver cómo un cóndor planea sobre tu cabeza, observar cómo un puma te da el cambio de turno en el medio de una montaña.
Es soñar con volver a ver a ese amigo de toda la vida que conociste anoche.
Es ver cómo ella sufre a tu lado por tu amor rojiblanco, es contagiarle tu pasión.
Es entender que ahora todo será diferente.
Es intentar ser mejor mañana. Y hoy entender que hasta ayer has hecho todo mal.
Es dejar una ciudad con lágrimas en los ojos.
Es llegar a la próxima sin más ganas de amarla y a las pocas horas estar completamente loco por ella.
Es escuchar la risa de un niño, que todavía no ha sido maleado por la sociedad, en el silencio sepulcral de un concierto de cámara.
Es no poder dormir porque al lado tocan la guitarra y cantan.
Es darle un abrazo a una persona que sabes que lo necesita tanto como tú.
Es un desayuno con leche. Una tostada con mantequilla. Una hamburguesa después de días comiendo pan con queso. Un plato de pasta con salsa de tomate y atún.
Es visitar una ciudad corriendo por su paseo marítimo.. Por sus parques… Por sus montañas…
Es llegar a lo alto de una montaña empapado en sudor.
Es caminar sobre un lago de la mano de un hermano.
Es imaginar el instante cuando vuelvas a abrazar a las dos mujeres de tu vida.
Es viajar en un coche sin espacio para respirar porque el aire te lo dan las personas que viajan a tu lado.
Es la risa de Alberto.
Es sentir que esto podría acabar mañana. Pero que sigo creyendo que es sólo el inicio.
Es ser Viajero y no turista.
Es meter la cabeza bajo la almohada y no dejar de llorar en toda la noche. Levantarse y saber que no vas a dejar de creer.
Es sentirse Vivo.
Paso a paso
Subir ahí arriba. Más de 2.700 metros de altura. 1.400 metros de ascensión en vertical, con la única ayuda de tus piernas.
Las rocas que se convierten en arena negra. La arena que empieza a ser cubierta por hielo. El hielo que se apodera del suelo que pisamos y convierte en glaciar el volcán. Mirar hacia abajo no es una opción, al menos si tienes vértigo. Mirar hacia arriba y ver la pendiente de 40 grados que aún te espera te hace sentir un leve mareo.
El corazón se acelera y sabes que no puedes soltar sus riendas. Que es falso que en un avión uno tenga pánico porque no tiene control sobre su propia vida. Es mucho más impactante saber que esta depende de donde pongas el pie en el siguiente paso. De que incrustes el crampón con energía en el hielo. De que no pierdas el ritmo de tu guía, aunque mirar lo que te rodea sea lo más bonito que vayas a ver en tu vida.
O quizás no. Porque llegas arriba. Y ahí está, el cráter de un volcán activo, que entró en erupción hace poco más de 12 meses. Que podría hacerlo ahora mismo. Una puerta de entrada al centro de la Tierra. Humeante, fétido, que emana gases y olores que no abandonarán tu paladar durante días.
Casi tan Bello como Aterrador. Y aquí has llegado tú. Paso a paso, sin concentrarte en otro más que no sea el presente.
Con Lou y Sebastian junto al cráter
Empieza el invierno más cálido
Como si fueran Navidades. Llega el invierno y con él, se regresa a casa.
Cambiar de ciudad es como una droga. Amarrar fuerte las cintas de la mochila, revisar minuciosamente que no se olvida nada vital en un lugar al que nunca se regresará, cerrar una puerta para siempre y cruzar una de esas últimas miradas. Los kilos sobre la espalda reconfortan, ya no son un peso como al inicio. Significan que nos dirigimos hacia nuevas sorpresas, desafíos, otras personas llegadas quién sabe de dónde.
Pero después de miles de kilómetros recorridos sobre cuatro ruedas, centenares sobre dos pies, millares de fotos, incontables instantes e instantáneas que han revolucionado tu vida, se necesita un paréntesis. Una pausa para recargar energía, para pensar, para reflexionar sobre lo que vino y lo que se viene.
Para pasar una noche viendo mil películas sobre un sofá. Para lavar las cosas que te han acompañado y se han desgastado con el paso de las millas. Para no hacer nada. Para disfrutar de las maravillas de la vida cotidiana.
Para estar en Casa. Qué suerte que esta Casa la he encontrado en el Camino. Qué fortuna indescriptible encontrarme con Ustedes y viajar de noche hacia su Hogar sintiendo que vuelvo al mío. Qué suerte que llegó el invierno este 21 de junio. Y entré por su puerta a caballo, a su lado, bajo el sol, bajo su protección. El invierno más cálido.
Questo sarò io a Santiago di Cile
Monaco di Baviera, inverno 2015.
Nel dizionario di chi ama viaggiare ci sono tanti ingressi delle parole “casa” o “famiglia”. Tante persone che ti segnano per sempre e che porterai per sempre con te. Tante città con le sue strade che non possono parlare. Ma se lo potessero fare, chissà quante cose che neanche noi ricordiamo potrebbero raccontare.
Tuttavia Voi due siete la cosa più simile a una casa che io possieda. Un focolare. Una stella che c’è sotto qualsiasi cielo che mi copra e che mi ricorda dove si trova la mia famiglia.
Monaco di Baviera
Ricordo quella sera come se fosse oggi. Eravamo al nostro ostello, quello di Monaco. Volevamo soltanto divertitici, fare festa, goderci due o tre birrette insieme. Per qualche motivo quel bar è diventato uno dei più frequentati della nostra città.
Nel mezzo di tanta gente è apparso lui. Scusatemi se non lo chiamo turista. Non ho nulla contro la parola. Anzi. Ma lui era un Viaggiatore. C’è una leggera differenza.
Sicuramente lui aveva visto tanto durante quella giornata. Tante cose della nostra città che noi non abbiamo mai visto. Che non siamo riusciti a vedere semplicemente perché non vogliamo aprire gli occhi. E poi, più tardi, quella sera, era sereno, rilassato. Indossava ciabatte e pigiama, e non se ne fregava niente della ricercata eleganza delle persone che lo circondavano. Beveva del tè. E non si sentiva raro per essere l’unico in quella camera a non bere dell’alcol. Era da solo ma dentro di sé c’erano tante persone accanto a lui. Chissà che storie meravigliose ci avrebbe raccontato se fossimo andati da lui.
“Quello sei tu a Santiago di Cile” disse qualcuno di voi due.
Quello era effettivamente io a Santiago, amici miei. Con ciabatte sopra dei calzini a righe, da solo ma con il cuore pieno di gente, con una bella tazza di tè accanto. Con gente con voglia di far casino che mi circonda. Ma io l’unica canzone che sento è la vostra voce che mi dice:
“Here comes the sun again…”.
En bicicleta por la luna
Llegamos al ecuador de este periplo. De esta Primera gran aventura por Sudámerica.
Difícil destacar un segundo. Imposible subrayar un día. Incapaz soy de escribir una palabra de agradecimiento para cada persona que me está acompañando por una semana o por una hora.
Lo que sí sé es que habría sido imposible celebrar la madurez de mi Viaje con una jornada más feliz e impactante como la del Valle de la Luna, en el desierto del Atacama.
Tras más de un mes cruzando Chile de sur a norte, después de un último día de 25 horas en autobús a la orilla del Océano Pacífico, el extremo septentrional de este magnífico país me maravilla con el lugar más bello que seguramente nunca he visto en mi vida.
Árido y cálido. Y hacía tanta falta. Repleto de sorpresas: cavernas, minas de sal, monumentos esculpidos por el viento o por el agua.
Como si un pintor lo hubiera trazado. Pero una vez más la naturaleza nos sorprende con una obra maestra que ningún humano es capa de emular. Quizás de destruir.
Tras haber superado la mitad de mi viaje, debo declarar que aún no he logrado mi objetivo de delegar en el destino la autoridad absoluta de sorprenderme. Reconozco que me enamoré de la bella Valparaíso. Que creí haber degustado suficientemente su sabor y, de forma inconsciente, organice mi partida con demasiadas horas de antelación.
Ignoraba que Valpo me reservaba la gran sorpresa para las últimas horas.
El mundo está lleno de color. Pero mi Vida la colorean personas.
A partir de ahora, Más que Nunca, el Plan es No Tener Plan.
Hasta pronto, Chile
Ignorante de mí… Creo que en ese cuaderno donde organicé mi Viaje desde la comodidad muniquesa marqué este país con 15 días.
No sabía lo que me esperaba cuando llegué a la última ciudad en el sur de Chile, Punta Arenas, hace ya más de un mes.
En el trayecto queda un sinsabor que me ayudó a no dejar de creer… Quedan 45 horas entre fiordos y angosturas jugando a las cartas. Queda una familia austral, personas que ya son más que amigos.
Quedan mil kilómetros sobre una ruta de ripio… Un volcán helado… Mil pueblos de cuatro cuadras y una capital con mil historias. Una copa América y tantas despedidas que llegaron antes de tiempo.
Me quedan hartos recuerdos. Tanta felicidad. Caleta.
Caballos, cóndores, patos del desierto, panteras y llamas.
Queda un país que te deja tantas cosas. Excepto una: nunca te deja de sorprender.
La última fue este maravilloso desierto del Atacama desde el que me despido hoy, sabiendo que mañana ya no dormiré en Chile. Y la añoraré, pero sabiendo que no es un adiós. Es un “nos vemos”.
Dedicado especialmente a mis Australis. Hasta pronto bigotes.