La luna de Ecuador

Dice una popular guía de viajes que es el peor paso fronterizo de Sudámerica. No quiero saber qué es lo que ponen de las entradas a Venezuela. El caso es que tampoco me sorprendió, viniendo de unos autores que consideran un paseo por Disney como una actividad de riesgo, y equiparan una salida nocturna por La Paz con una misión humanitaria en Kabul. 

Lo cierto es que cruzar de Perú a Ecuador tuvo todas las emociones del mundo, menos el riesgo. Quizás porque me faltaba mi inmejorable compañía de la frontera anterior.

Guayaquil

Que Ecuador iba a ser diferente ya lo demuestran las dos horas viajando entre plantaciones de bananos antes de llegar a Guayaquil, mi próximo destino. Ahora comprendo el porqué del gran competidor del plátano canario.

Me recibe una ciudad cálida. Atrás quedó el frío del desierto, las frescas noches de los oasis, las chaquetas y las prendas de alpaca. Esto es el trópico. Las sopas calientes y los mates quedaron más al sur. Es tiempo de arroz, habichuelas, camarones y muchos jugos helados.

Por fortuna, la palta sigue bien presente. Cómo sobrevivir sin ella.

Las salvajes costaneras dejan lugar a los malecones, llenos de salsa, bachata, reggaeton… Y multitudes bailando en cualquier esquina. Aquí no te miran si te paras delante de una tienda a moverte al ritmo de la música. Aquí te señalan si te quedas parado.

Y la luna. Esa sigue ahí. Contemplándome como cada noche. Un poco más al norte. Un poco más lejos de todo. O más cerca, según se mire.

Bienvenidos a Ecuador.

Un inicio en la conclusión

Quedan pocos días. La intensidad de lo vivido, el recuerdo de quienes ya no están, pesa mucho más que la presión del tiempo. De lo que todavía desearías recorrer. De lo que aún crees firmemente ir a conocer.

Pero hay lugares cargados de Magia, de energía escondida dentro de una lámpara que hay que saber frotar con el cariño necesario para poder recrearse con su contenido. Como un “rasca y gana”. Casi siempre aparece el “Siga jugando”, un “Inténtelo de nuevo”. Ya considerándome afortunado de haber ganado tanto, para qué descubrir con una nueva monedita lo que hay bajo el polvo gris. Si ya estoy cerca del final. Si ya no quiero seguir queriendo.

Pero eres incapaz. Porque esa lámpara es brillante y desprende un aroma fresco y hogareño. Frotas… Sale humo, y tras la confusión, tras la invisibilidad, colores. Novedades… Viejos sueños que habías olvidado que deseabas cumplir. Nuevos objetivos que nunca se te había pasado por la cabeza perseguir.

La renovación al final. Un nuevo inicio en la conclusión. Soy capaz y deseo continuar deseando. No hay migajas que desperdiciar. Porque de lo que creemos que ya no sirve, se puede hornear nuevo pan. Y ahí tenemos el alimento de días. 

Porque renovarse es bueno. Renovarse es imprescindible. En Guayaquil me renové. Me renovaron esas personas que me hicieron sentirme local durante 72 horas. Que no le robaron tiempo a esas ciudades que ya no tendré tiempo de conocer. Le donaron Realidad a la que conocí. Que no visité, sino que habité en ella. Y ahora estoy listo para volver a iniciar. Vacío de sombras y cargado de luz. 

El hombre blanco

Querida Ñaña:

¡No te vas a creer lo que he hecho hoy! Por fin he ido a la cascada. Pero espera, te cuento desde el principio Ñaña.

Me desperté un poco asustada porque Simba se escapó de nuevo de la jaula por la noche y empezó a romper los platos en la cocina.

Tata se enfadó mucho con Simba. Pero yo le dije a Tata que no sea malo, que a Simba le gusta jugar. Al final le dimos su jugo de papaya, como cada mañana, pero ya dentro de la jaula.

Nosotros desayunamos el pescado que Ñaño Brian trajo ayer del río. Yo ayudé a Mama a freír los plátanos.

Ñaña, no te enfades, pero hoy no fui a escuela. Sé que quieres que vaya, que hable bien español y que aprenda a sumar pero es que el hombre blanco vino hoy al poblado ya por la mañana. Cuando lo vi, fui con ñaños Adán e Isaac a abrazarlo. Nos lo llevamos a jugar. Ñaña, este hombre blanco es muy raro. Es grande como Tata y tiene pelo en la cara como los hombres de la televisión. Pero juega con nosotros como un niño.

En escuela dicen que hombres blancos fueron malos con nuestros abuelos hace muchos años. Yo no me lo creo Ñaña. Ellos ríen, juegan con nosotros y nos hacen regalos. Dice que tiene sólo una ñaña, y que es doctora. Yo no sé cómo es una doctora porque Tata trajo sangre de drago cuando me queme y dice que no precisamos de doctores.

Además, a hombres blancos les gusta que les pintemos la cara, y ya sabes, Ñaña, que nada me gusta más que ir al otro lado del río a buscar colores en los árboles y usarlos con las personas.

El hombre blanco habla español. Pero no como tú, Ñaña. Ni como la maestra de escuela. Habla español como las personas de la televisión. A mí me gusta porque ya sabes que Tata y Mama se enojan si no hablo quichua en casa, y yo quiero hablar como en las películas.

Después de jugar, fuimos con el hombre blanco a probar la cerbatana. Ñaño Julián, que ya aprende para ser macho alfa, le enseñó. Pero él lanza peor que ñaño cuando era un bebé.

Almorzamos yuca con pez y me reí porque el hombre blanco no sabía comer huesos de pez. Nos caímos al suelo de la risa y loro Fermín se asustó y salió volando. Pero antes hizo caca sobre Jatun Mama. Casi escupo el pez de la risa.

Después de almuerzo, Tata fue con hombre blanco a la cascada. Pero como ya somos amigos, no te lo vas a creer, hombre blanco le dijo a Tata si podía ir con ellos. Y Tata dijo que sí. Salimos del poblado por el puente de hierro y subimos por un camino lleno de tierra y agua, y muchas ramas.

Casi me caigo dos veces. El hombre blanco habla muy rápido y no le entiendo, pero hace cosas que te gustarían mucho Ñaña: metió su pie en lodo y se fue para abajo con las botas como si fueran las arenas movedizas de las películas. Al final Tata lo sacó y todos nos reímos mucho. 

Cuando volvíamos de la cascada, paramos en el poblado de Delfín. Nos explico cómo tostar el cacao y como molerlo para hacer chocolate. Ñaña, bebimos una taza de chocolate caliente hecha por nosotros. Nunca había probado un chocolate caliente tan delicioso. Luego empezó a llover y a tronar la Pachamama, así que no pudimos volver a casa todavía y tomamos más chocolate. 

Ñaña, estoy muy contenta porque hombre blanco se queda a dormir hoy en la choza del poblado. Ojalá pudieras verlo. Mama dice que no te escriba más, que estás en un lugar muy bonito desde aquel día que Pachamama nos mandó mucha agua y en escuela maestra dijo que Pachamama estaba enfadada con nosotros. Yo quiero mucho a mamá y a maestra, pero quiero que regreses pronto para jugar conmigo y pintar juntas al hombre blanco. 

Si me dejás, soy de acá

Nos conocimos hace cinco meses. Parece que fue ayer. Sí, ya lo sé. Pero ya han pasado cinco meses. Durante semanas, había  escuchado historias sobre ti, conversando con mi hermano Tintxo al calor de la taza de té de los viernes. Perdóname si antes de esa mañana del 1 de abril no sentía emoción por estar a punto de tocarte. Me esperaban tantas otras y, ante la abundancia, ya sabes, perdemos la capacidad de apreciar. 

Luego te vi. Empecé con el suspiro de tus buenos aires y surqué por el río de tus lágrimas plateadas. Me adentré en la pampa de tu cuerpo y me perdí durante días entre las maravillas que todo el universo  de ti conoce, y las imperfecciones que te hacen perfecta. Para cuando llegué al fin de tu cuerpo, ya estaba perdidamente enamorado de ti.

Me alejé. Porque soy marinero y me esperaban en otros puertos. Precisamente en el de tu vecina. No te enojes si te digo que también me enamoré de ella y de quién la rodea… Sé que me el fondo, tras tanta crítica y rivalidad, sois una única y grande familia.

Quito. Línea ecuatorial.

Sabes, recién llegué a la mitad del Mundo. Más de 6.000 kilómetros desde que te vi por última vez che. Acá es re lindo, boludo. Está tan copado… Zarpado! 

Pero tú, 150 días más tarde sigues en mi corazón. Añoro tomar café en la esquina de nuestra calle. Extraño que me pases el mate y te enojes conmigo porque agito la bombilla. Se me fue la originalidad cuando me alejé de tus cantautores de cancha. Lo que daría por sentir el chamullo que creas cada vez que abres la puerta.

Somos de acá (especial agradecimiento a mi Vero, amiga y compañera de viaje
No sabía que ibas a convulsionar mi vida de tal forma. Pero lo imaginé la primera vez que me miraste y con tu voz angelical, me dijiste: “Gashego, contame un chiste de esos tuyos, de gashegos»… 

Mi querida mochila Sophie.

Como ves, viajas conmigo desde entonces. Supongo que es porque, desde que te conocí, supe que éramos iguales. Que ya no podría vivir sin ti. Yo no nací acá… Pero si me lo permites, me siento de acá. Y volveré. Regresaré para disfrutar de todo lo que lindo que conozco de ti. Para fascinarme con lo que todavía ignoro. Volveré porque yo soy de acá. Volveré Argentina.